Studio Ghibli es uno de los referentes más populares de animación en todo el mundo. Esto se debe a varios factores: es uno de los principales culpables de que el anime adquiriese popularidad fuera de Japón (la cesión a Disney de sus derechos de vídeo y distribución de imagen les abrió las puertas al éxito en Occidente), posee un repertorio de películas muy variopinto y dirigido al disfrute, tanto de niños como de adultos, y cuenta con el genuino Hayao Miyazaki. Este simpático sexagenario y cofundador del estudio, es el que normalmente acapara la atención y aclamación de la crítica, y no es para menos, ya que ha dirigido algunas de las mejores y más memorables películas del estudio. Sin embargo, Miyazaki no es el único buen director que tiene Ghibli. Hoy os vengo a reseñar la última película de otra de las grandes personalidades de este archifamoso estudio: Isao Takahata.
